Por Patricio Lons y Mónica Nicoliello

A primera vista parece un título que pretende avanzar sobre los hermanos de Bolivia. Pues no es así. Todo lo contrario. Veamos cuáles son las raíces comunes de rioplatenses y bolivianos, los antiguos charquenses.

¿Qué era “ser argentino” en el siglo XVII?

Cuando Del Barco Centenera llamó a estas tierras como “argentinas”, nombrándolas “Argentino reyno”, se refería a la imaginaria riqueza de minas de plata que pensaba que estarían cerca de la boca del Río de la Plata. Y si los nativos de este estuario y los habitantes de la Cuenca del Paraná, alguna vez tuvimos esa riqueza, fue cuando estuvimos unidos al Alto Perú.

Por eso, cuando hablamos de tierra “argentina”, la verdadera tierra de la plata, esa es la antigua patria altoperuana, hoy llamada Bolivia. Incluso en la presentación del autor Juan del Corral Calvo de la Torre, de los “Comentarios a la Recopilación de las Leyes de Indias”, escrita en 1712 y publicada allá por el año 1756, se lo reconoce oriundo de la ciudad argentino peruana, o sea natural de Potosí. Y en esos textos se refiere al reyno argentino (sic).

Las entidades políticas americanas eran jurídicamente reinos, pues el rey era su soberano y los gobernaba a través de los virreyes. Lo mismo ocurría en la España europea, donde también había virreinatos. Y los vasallos se representaban a sí mismos en su institución emblemática: el Cabildo, justicia y regimiento. Es decir, este gran jurista era argentino por haber nacido en una zona argentina, por la riqueza de plata y dentro del espacio geográfico perteneciente al virreinato del Perú, al cual pertenecimos nosotros, los actuales argentinos, uruguayos, paraguayos y bolivianos hasta el 1° de agosto de 1776. ¡En cuantos estados nos dividieron los revolucionarios independentistas! ¡Provocaron un desastre geopolítico!

El Alto Perú era el Herzland, el corazón de la tierra sudamericana, el centro geopolítico que unía a Lima con Buenos Aires, al Perú imperial con los incipientes pueblos del Plata, esos pueblos que no tenían minas, solo tuvieron monedas de plata acuñadas en Potosí. Esta ciudad, la Villa Imperial de Potosí, llegó a ser la más grande de occidente con ciento sesenta mil habitantes, en la época virreinal. Y sigue siendo el centro geográfico de Sudamérica.

Aquella noble tierra altoperuana, era de una fertilidad rica en cerebros formados en la Universidad de Chuquisaca y productora en la ceca del Potosí, de la moneda más fuerte del mundo, el Real de a ocho. ¿Qué fue de todo ese poderío unificador en estos doscientos años?

Era tan fuerte y poderosa la moneda acuñada en estos lares, que dominaba los mercados de China y casi toda Asia. El Real de a 8 fue la primera moneda global. ¡Y era nuestra, era española americana! Al controlar la emisión monetaria, se daban lujos tales como construir retablos de oro en algunas iglesias; por ejemplo, la catedral de Salta. Hoy nos podría parecer un despilfarro, pero imaginemos si se nos ocurriese empapelar una iglesia con billetes acuñados en la Casa de la Moneda, no tendría más costo que la impresión; ese era el sentido de aquel Real moneda que los llevó a adornar las iglesias con metales preciosos. ¡Eran dueños del más fuerte sistema monetario, de la mejor moneda!

Por eso, si alguien puede reclamar con justicia, además de nosotros, el gentilicio de argentinos, de hijos de la plata, deben ser los bolivianos, que son nuestros hermanos.

Por esa tierra pasaba el transporte mular y de carretas, con mercaderías y personas, que unía las inmensas tierras de nuestra patria común. Con esa acumulación de riquezas se construyeron colegios mayores, universidades, audiencias, cabildos y ciudades, puertos, caminos, fuertes y acueductos, escuelas y hospitales, iglesias, monasterios y catedrales. Un imperio de pujantes ciudades donde habitaban españoles bajo la misma ley, ya sean estos indios, mestizos, mulatos o europeos. Una tierra donde nació Cornelio Saavedra, presidente de la junta revolucionaria del 25 de mayo de 1810 en Buenos Aires, fecha en que se empezó a desgajar nuestro imperio, nuestra unidad americana.

Nuestra declaración de la independencia en Tucumán, el 9 de julio de 1816, incluía a los diputados altoperuanos. Los cuales fueron luego abandonados en 1825 por el centralismo porteño, que había vendido el alma a los comerciantes ingleses y que solo usó la revolución contra España, en beneficio de los intereses del puerto. En 1825, con la firma del Tratado de amistad, comercio y navegación con Gran Bretaña, resignamos hasta la actualidad, la unidad con los hermanos altoperuanos. Sucre y sus amigos ingleses hicieron otro tanto desde el norte para asegurar la división y el debilitamiento de los nuevos estados.

Por eso, si hay que hablar de una tierra plena de argentinidad, es decir de riqueza lograda gracias a la plata, esa tierra argentífera, es la actual Bolivia. Por eso mismo, también, debemos pensar en reunificarnos en un solo gran país.

La ruta de la plata, camino de inteligencias y desarrollo

La ruta que desde Potosí, en la actual Bolivia, conducía la riqueza minera que daba nombre a la región, hasta Buenos Aires, y -vía contrabando-, hasta el puerto de Colonia del Sacramento en dirección al Atlántico, integraba la economía altoperuana o boliviana con la costa atlántica de la Banda Oriental, el actual Uruguay. Eso hoy, es parte de un pasado de gloria olvidado.

Este proceso se vio reforzado cuando, en el contexto de las reformas borbónicas, la creación del Virreinato o Reyno del Río de la Plata, en 1776, fue acompañada con la incorporación de las minas y cajas de recaudación más ricas del Perú a la nueva jurisdicción virreinal. Un hecho que, como explican Estela Cristina Salles y Néstor Noejovich en ’’La transformación política, jurídica y económica del territorio originario del virreinato del Perú, 1750-1836”, condicionó la rivalidad entre Buenos Aires y Lima tanto en el periodo virreinal como durante las guerras civiles de Independencia a principios del siglo XIX, por el control de las ricas minas, cajas de recaudación y casas de acuñación del Alto Perú, la actual Bolivia.

La formación de la ruta de la plata comenzó en el siglo XVI, vinculada a la economía de Potosí, en Bolivia. El crecimiento de la extracción de plata fue tan notorio que produjo una explosión demográfica. Donde en 1543 había 3.000 habitantes, para 1580 ya con 160.000 vecinos y residentes, cifra competía con cualquier otra ciudad bien poblada del mundo de la época. Potosí llegó a tener la misma población que Londres.

Tucumán, en la actual Argentina, fue la región más conectada a la economía minera de la Bolivia de aquel entonces, y justamente debido a ese estímulo, florecieron sus tejidos artesanales. En ella se desarrollaron las manufacturas textiles a partir del cultivo de algodón, puesto que se fabricaban paños en obrajes o talleres domésticos y luego se exportaban a Potosí. En menor medida, también le vendían sebo y ganado en pie.

También en el siglo XVII, se estableció una ruta comercial que vinculaba directamente Potosí y Buenos Aires, vía Tucumán y Córdoba, una ruta que conectaba la plata altoperuana, liberada del monopolio limeño, con las manufacturas europeas que entraban por el puerto de Buenos Aires. Con la fundación de Colonia del Sacramento, en 1680, el Río de la Plata se vio en peligro de caer en el área de influencia del comercio portugués, que competía con el comercio español. Con esta fundación, Portugal violaba el Tratado de Tordesillas. Colonia cambió varias veces de manos, hasta que Cevallos, ya como virrey del Plata, la reconquistó definitivamente en 1777.

Córdoba se convirtió en un centro redistribuidor de trigo, maíz y harinas, tanto a través de la ruta Potosí-Buenos Aires, como Buenos Aires-Chile. La región Litoral (Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes) se orientó a las faenas ganaderas de las vaquerías. En 1623 se creó en Córdoba una Aduana seca para impedir la competencia de los productos del Atlántico. Desde Paraguay, el gobernador Hernandarias impulsó la fundación de misiones en el Litoral, tanto del lado argentino como en la Banda Oriental. La fundación de misiones jesuíticas tomó un fuerte impulso durante los siglos XVII y XVIII.

En el siglo XVIII, la región de Tucumán, se estabilizó después de las guerras calchaquíes del siglo XVII, lo que hace posible consolidar las rutas comerciales del interior rioplatense. Los indios dejaron de destruir ciudades, lograron la paz con los españoles y se fundaron unas veinte reducciones y pueblos de indios antes de 1776, en Salta, Jujuy y Tucumán. Estas poblaciones sirvieron como intermediarias entre las zonas urbanas y las zonas rurales. Las comunidades políticas calchaquíes eran independientes y así reconocidas como tales por la monarquía hispánica. Eran conocidas con el nombre de repúblicas de indios. Derechos que los indios perdieron con las independencias. Uno de los tantos motivos por los cuales, los indígenas se sumaron voluntariamente en masa a los ejércitos realistas.

Tucumán fue uno de los centros comerciales más importantes, dedicado a la producción y venta de textiles y de ganado, y a la reventa de mercancías procedentes de Buenos Aires. Su desarrollo dependía de los vaivenes de la economía potosina.

El control de la ruta de la plata por el Virreinato del Río de la Plata a partir de 1776, trajo consigo el de la ruta del mercurio, cortándose, en 1779, la dependencia que tenía Potosí de Huancavelica, controlada por Lima. Buenos Aires creció en importancia económica transformándose en el principal motor del Virreinato. En 1778 se exportaron 150.000 cueros y en 1796, 875.000. La plata potosina pasó a ser exportada íntegramente por el Río de la Plata. Montevideo logró su propio desarrollo y ya, a fines del siglo XVIII, los barcos que recalaban en Buenos Aires, también lo hacían en Montevideo.

Nuestros compatriotas africanos

Desde 1778, Guinea ecuatorial se sumó al virreinato del Río de la Plata, como resultado de la hazaña llevada a cabo por una expedición rioplatense, organizada en Buenos Aires y dirigida por el brigadier Conde de Argelejo, que salió de Montevideo, y llegó hasta las islas de Fernando Poo y Annabón.

Eso nos daba el dominio de todo el Atlántico Sur. De lo contrario, nuestro poder hubiera quedado reducido a las costas de Buenos Aires y de la Patagonia Y los ingleses lo sabían, por eso bloquearon a nuestros compatriotas guineanos antes y durante la revolución de mayo de 1810. Y lo siguieron haciendo hasta que se consumó nuestra separación de España.

El pensamiento en Chuquisaca

Como ya señalamos más arriba, el aporte de Bolivia al desarrollo del Río de la Plata no solo fue material. La Universidad de Chuquisaca, cuya influencia intelectual sobre toda la región, se extendió hasta el siglo XIX. Se fundó en el año 1624 por iniciativa jesuita. Todo esto en un contexto de florecimiento de las universidades al amparo del proceso fundacional estimulado por la Corona a lo largo de trescientos años. Tal vez hoy, la mayoría desconoce que muchas de las ideas políticas rioplatenses de los siglos XVIII y XIX, provienen de Bolivia y no directamente de Europa.

La Real y Pontificia Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca influyó sobre otras de la región como la de Huamanga, en Perú y en la Universidad de Córdoba, en la actual Argentina, aun siendo que la de Córdoba era nueve años más antigua. Promovió el pensamiento filosófico y jurídico y contribuyó a formar una conciencia rioplatense. Aunque hacia 1800 Chuquisaca no tenía más de 18.000 habitantes, residían en ella; no menos de 70 doctores y 500 estudiantes de todo el virreinato.

De manera que, sin el estímulo intelectual y económico de Bolivia, hubiera sido imposible en el pasado, el desarrollo social, demográfico, político, económico y cultural, del resto del Río de la Plata: Paraguay, Argentina, Uruguay, Guinea y también Chile.

Conclusión

Los estados nacientes de los antiguos virreinatos del Perú y del Río de la Plata, que actualmente son Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, Chile, Uruguay, Guinea y Argentina, no somos más que las ocho partes de una misma nación, como la Alemania dividida después de 1945. ¡Debemos recuperarnos mutuamente sin sentimientos de revancha ni superioridad! Ya es hora de que reconstruyamos fraternalmente la unidad necesaria para sobrevivir a un siglo que presentará grandes conflictos continentales. Es una necesidad perentoria. Es una posibilidad civilizatoria, una gesta grandiosa que nos marcará para el bien de nuestro futuro. Debe ser un deseo común para nosotros y nuestros hijos. Si Dios lo permite, será.